13 de septiembre de 2010

Ligerezas

Sin prohibiciones en la palabra, sólo unas de más en bocas cerradas. Sin jurar en vano o prometer imposibles. Sin buscarte más allá de encontrar tus labios o toparme con tus ojos. Sin omitir, mentir u ocultar. Estar contigo me libera. No hay anclas que dejar, ni barcos detenidos en altamar. No hay dolor contigo. Ni futuro.

Éramos tan leves.

Hasta que mi deseo escapó por los poros ocupando un lugar en mi mente y te hiciste una presencia continua. Mis pensamientos empezaron a divagar esbozando tu figura. Susurrando tu tono de voz suavemente sobre los lóbulos de mis orejas. Tu cuerpo como un ente hizo conciencia en mi cotidianidad y empezaste a pesarme. A subirte en mis hombros y hacerme doler la conciencia. Temí por ti, cuando creí que eras ligero, pero al final es tu sombra quien se ha quedado bajo mis párpados. Irrumpes en mis sueños. La piel de todo tu cuerpo que rozando la mía me demostraba que el deseo continuaba en mis poros. Pero despierto, ¿sabes? Y un eco de sollozo se me ahoga en la garganta.

En la prisa de evitarlo me desnudé sin restricciones. Con la rapidez del momento, con el palpitar en tormento. Ya no pude respirar más, las babas se atascaron, los labios se abrieron, un murmullo al menos quise pronunciar. Nada. Ni una sola lágrima pude esbozar.

La verdad es que la voluntad no me alcanza. La verdad es que el deseo se me arrellana en la yema de los dedos recorriendo a galopes mi cuerpo hasta llegar a mi pecho y darle un golpe en seco al corazón, para que toda la sangre corra como olas por mi cuerpo y me sonroje de solo pensar en ti.

Pero la solté. Mi barco se detuvo en medio de lo que creí un suave sueño. Un monótono vaivén sobre las mismas olas me devolvió a la realidad. Las anclas siempre yacen donde las dejamos. Pesadas. Lo ligero se ha acabado.