20 de noviembre de 2009

Estaba enferma

Mi lengua saboreando los poros de su cuello. El sudor recorriendo su rostro. El cansancio adornando los músculos de su vientre. Su pecho subiendo y bajando. Exhausto al lado de mi cuerpo. El único hombre. Antes de caer sobre sus hombros, consumida, resguardé entre mis párpados ese último resquicio de sueño después del sexo; ese que me hace alucinar despierta. Luego, lo dejé. No debí, pero tenía que. Lo miré, siempre me llevo una última imagen antes de salir de su cuarto. La salida. Abrí la puerta y crucé al otro lado. El lado vacío de mis entrañas.

Tan pronto siento mi pie sobre las escaleras, me arde algo que es indefinido para mí, detrás de los músculos de mi abdomen. Bajo. Oriné con sangre esta mañana. El período debe estar por llegar. Ojalá no sea esta noche. Debo prepararme. Franca dice que este tipo es muy particular.


Llega la noche.

Inminente.


El olor de este hombre es como el de una fruta dañada, dulzón y agrio al mismo tiempo. Tanto tiempo pensando en su olor para que esta desagradable mezcla que se me cuela por entre los pelos de la nariz me provoque. Estoy sentada en el sofá de cuero blanco marfil, en mi casa. Cruzo las piernas, mi escote es amplio, llevo zapatos altos. El viejo me observa con detenimiento. Su sonrosada lengua acaricia sus desgastados labios. Un resquicio de morbo y pasión puntea en el iris de su ojo derecho. La champaña sigue fría sobre la mesilla de cristal. El vejete saca dos copas de los bolsillos internos de su gabardina. Se sienta a mi lado y sirve. El olor me nubla los pensamientos. Algo horrible me excita. Su pelo desarreglado y aquella mano huesuda sobre mis piernas. Un pálpito doloroso por la imagen cruda y sucia de su falo me llena la mente. Siento que mis ojos se nublan también. Nada más llena el plano de mi visión. Sólo el aceitoso y chorreante pedazo de carne que crece mientras él me dice cómo le gusta que le chupen el culo.

La noche pasa.

Lejana.

Manchas profundas de saliva infectada de semen, se escurren de su boca manchando su almohada blanca de plumas. Cabellos negros, crespos, completan el cuadro repugnante que hacen ella y sus piernas abiertas sobre las desordenadas sábanas de seda dorada. Alrededor de sus senos y sobre sus ingles, costras de semen seco caen por pedazos.

Se levanta y toda su desnudez brilla sobre el fondo blanco de la pared. Cae de rodillas y vomita sobre su alfombra verde. Se levanta nuevamente tambaleante, aspira y siente el fuerte hedor de su aliento. Pasa saliva no sin asco. Llega al baño, abre la ducha y deja que la bañera se llene mientras la mira alelada, tratando de recordar qué hace. Se sienta en la taza. El hedor de sus heces se esparce rápidamente por todo el cuarto. El olor podrido de sus entrañas llena todo el espacio. Siente asco de sí misma. Sale del baño y abre las dos ventanas de su habitación, pero la esencia se encuentra dentro de su cuerpo, sobre las yemas de sus dedos, ondeando en los vellos de sus fosas nasales. Un hedor insoportable a charca estancada, a tubos lodosos, a comida revuelta y podrida. Está enferma.

La noche hiere.

Profundo.

Tibia bajo las sábanas sucias. Retorciéndose tratando de calmar el dolor. Enferma. Poseída y penetrada. Enferma. Visceralmente llena de infecciones y parásitos. Enferma. Y sólo quería comérselo, tragarlo entero sin masticar para abrirse las entrañas y expulsar líquidos virulosos y purulentos. El semen se le resbala por la comisura de los labios. Lo mira sin verlo, despierta de ese débil espasmo de remordimiento y lame.

La vida pasa.

Luna menguante.

Estaba enferma, y sólo quería consumirlo, absorberlo. Sudaba pegada a la sábana grisácea que hacía mucho no lavaba. Sólo quería pasarlo, saberlo suyo retorciéndose sobre el colchón de retazos que le pertenecía. Y él, que nada sabía, la estrujaba, la empujaba, empujaba dentro de sí. La agrietaba, la rompía. La acababa. Cada palabra dulce la fustigaba. La derrumbaba.

Una tos grumosa, es el signo invariable de las muestras físicas que su cuerpo expulsa para hacerse escuchar. Ella no quiere. No sabe. No entiende. La tos hace eco. Retumba con el sonido hueco de las flemas dentro de su garganta. Suspira y retiene su respiración con violencia. Sabe. Entiende. La fetidez de su aliento puede colmar todos los espacios, todos los vientos. Deja de moverse, quisiera dejar de respirar. Húmeda, olorosa, moribunda. Se desvanece sobre el cuerpo fatigado del único hombre que no le ha pagado.

Púdrete en mi tierra

A veces siento que estas tan presente, que ruges dentro de mis entrañas y que te acomodas dentro de mí, cual vil gusano. Estás tan dentro que siento cómo te retuerces de hambre, de frío, de dolor o de vértigo. Estás tan dentro que te escucho como un eco vago que ronda por mis sienes. Aliviánate en mí. Deja bullir tu cerebro. Esparce tus migajas. Regodéate en mi cuerpo. Deslízate febril y temblorosamente, pues Yo, soy un mundo entero. Soy, el mundo entero. A tus pies. Camina como un vago, merodea cada rincón sucio o iluminado, lamenta, ríe, llora, succióname en cada paso.

27 de septiembre de 2009

El ala izquierda


Dos deseos mueven mi mundo. Dos deseos que muchas veces han sido como uno. Dos deseos que descubren el secreto de mi mutismo y que le dan vida a mi vida dentro de mi boca. Se me ha ido la vida escribiendo por toneladas, intentando que se me olvide el mundo. Resguardando entre los párpados ese último resquicio de sueño después del sexo; ese que nos hace alucinar despiertos.

Si no pudiera escribir moriría muda dentro de mi cuerpo oscuro y alejado del mundo. Si no pudiera escribir me sentiría casi autista, alejada de todos y de todo. Sería un cúmulo de conocimientos, de experiencias que no encontrarían comprensión y que finalmente se perderían entre mis huesos y la sangre de mis venas. Sigo imaginando mundos que me son desconocidos aunque habite en ellos constantemente. Vuelo en el ala izquierda de mi imaginación pero siento que no llego lejos, no me alejo mucho de lo que soy. No puedo convertirme en otra, ni en nada que no sea yo. Algún día te regalaré un cuento o te escribiré en uno. Podrías ser mi musa, mi todo, mi gran inspiración si ayudas a llenar mi cabeza de sueños que floten en cielos despejados color azul. Si ayudas a que mi mente se aleje de este mundo cotidiano donde siento que vivir no tiene sentido si no logro escribir y volar en el ala izquierda de mi imaginación.

El deseo del sexo, de la unión perfecta casi metafísica y tan poco material. Si no pudiera encontrar tu cuerpo, mi cuerpo se arrugaría de repente, me abandonaría el deseo supremo de sentirme viva. La naturaleza no sería lo mismo para mí. No podría volver a ver días brillantes con los mismos ojos. No podría amar. Y sin embargo, debo decirte que no te necesito a mi lado. No necesito vanas promesas. Ni amores jurados. Demuéstrame que podemos hacer leves nuestras vidas con unas pocas palabras. Ya pesado es nuestro diario vivir. Las horas interminables gastadas en espacios vacíos, en palabras huecas, en miradas ajenas. No necesito más que el sudor en gotas de cada poro de tu piel para sentir que el mundo tiene sentido. Tal vez una lágrima surcando tu mejilla. Tal vez el deseo hecho carne en tu piel. Tal vez el deseo hecho materia en gemidos a viva voz. Sólo la humedad de tu sexo puede devolverme el mundo perdido del ala izquierda de mi imaginación.

23 de julio de 2009

A veces solo...

Unas ganas infinitas de explotar en llanto
de gritar de dolor
de romper ventanas y desaparecer puertas
de salir desbocados de nuestras prisiones
de cruzar las calles para llegar al otro lado
de fumarnos las colillas, de aspirar todos los polvos
de abrirnos el pecho y mostrarle a todos nuestro corazón
de gemir en silencio
acurrucados en la esquina más oscura del mundo
de sollozar porque nos han abandonado.