Cabeza erguida, pies rápidos, los ojos del piso al horizonte y vuelta abajo. Hasta que algo hace que un pie no se ponga delante del otro. Se detiene a observar. Unos pasos más adelante sobre la acera, hay un bloque rectangular, de cuatro metros de alto por dos de ancho. En el centro tallada una circunferencia de bordes corrugados. Un hueco. Un agujero que permite ver el otro lado de la calle. Una escultura posmoderna de un autor anónimo. Un gran ano.
Alicia sonríe. Se le filtra la sonrisa en la comisura de los labios al imaginar el tamaño del instrumento que perforaría tan pulcro orificio. Límpidamente, sin destruir ni cercenar la perfecta circunferencia que en ella se dibuja. Vuelve a mirar la escultura. Una lluvia ligera moja la gran figura humedeciendo su mente. Desea ese poder entre sus piernas. El instrumento capaz de atravesar la argamasa rectangular y labrar sobre ella ese espléndido ojal.
El hombre solitario, de barba desordenada, se queda mirándola. Ella gira, lo observa y le habla con su cuerpo. Ninguno de los dos abandona los ojos del otro. A Alicia siempre le han gustado las confrontaciones. Lo reta con la mirada. Lo seduce con los labios. Lo llama con sus gestos. El tipo se acerca lentamente, creando un espacio de levedad. Una atmósfera donde los demás no pueden verlos, y ellos no se percatan de que los otros existen y que sus ojos se clavan también sobre sus sexos.
Un animal en celo frente a otro con hambre. Lanzan palabras desde sus labios. Saludos, nombres, profesiones, edades, gustos, deseos, finalmente pasiones. Una lucha silenciosa se despliega sobre la mesa y se va volviendo mordaz a través de cada botella. Entonces, Alicia se da cuenta que su burbuja de intimidad está húmeda, llena de un vapor tibio y pesado. Un olor, penetrante y dulzón, se les ha impregnado en los poros, ella quiere lamerlo en cada sombra de su cuerpo, degustar y sentir esa humedad en su lengua, detenerse y tragar el placer en cada gota, pero las palabras no alcanzan a saltar las vallas que los separan en sus celdas. Ojos de animal enjaulado. No queda más que seguir tomando.
Ella le pide que vayan a otro lugar.
Alicia tiene sed de poder. Tiene ganas de comerse el deseo, de ser penetrada por sus sueños, de poseer el objeto de su pasión. El culo de un hombre, como aquella escultura límpida a la que ella misma quiere cincelar. Ser creadora y dueña de su obra. Nunca el deseo de posesión ha sido tan fuerte como esta noche. Se encuentran en la alcoba amoblada especialmente para la ocasión. Ella observa, por medio del espejo, su cuerpo sobre el de él.
Luego, la penetrada es Alicia. Tan fuerte y tan rápido que su vagina palpita y ella cree que tiembla y retumba como la sangre en los oídos. El gemido de su vulva, del clítoris aplastado por su vientre. Ese deseo de venganza que parece corroerlo le excita terriblemente. Ella ve su frente y sus labios en una mueca de rabia y furor, la gira bruscamente. Mueve su cuerpo con violencia. Un vuelco de piel; como una patada en el aire antes de golpear su vientre, se le detiene la respiración en los labios. Siente cómo le abre el culo. Percibe su fuerza en lo profundo de su cuerpo, cada músculo se contrae, cada poro suda gotas de placer sonrosado. La mente se le nubla. Un eco nace entonces en su pecho y escapa por entre sus dientes agitando las ventanas de la habitación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario